13 enero 2010

Pío XII, la Iglesia y el Holocausto

Con un vendaval de críticas de un lado y aclamaciones de otro, ha sido recibida la noticia del Vaticano que anunciaba que dos de los papas de mayor relevancia en la historia del siglo XX, Pío XII y Juan Pablo II, fueron declarados venerables como parte del proceso de beatificación en curso de ambos. Lo que en buena cuenta significa que para ser elevados a los altares median simples trámites (primero se les declara venerables, luego beatos y por último santos). Una situación que, en el caso del primero, parece no ser la más indicada según la opinión de muchos. Como no podía ser de otro modo, la noticia ha encendido nuevamente el debate sobre la figura del llamado “Papa de Hitler”.
 
Porque lo cierto es que los historiadores aún no logran ponerse de acuerdo sobre cuánto de cierto y cuánto de distorsión hay en la leyenda negra que se cierne sobre este pontífice y el papel que desempeñó durante la Segunda Guerra Mundial, y especialmente en el Holocausto. En ese sentido, de entre todos los reparos hechos al anuncio, el del primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, parece ser por ahora el más pertinente. Este ha solicitado públicamente que se abran íntegramente los archivos secretos del Vaticano correspondientes a su papado para poder conocer la verdad de los hechos. Una solicitud que, de atenderse, podría acallar de una vez por todas la controversia.

PREDESTINADO A SER PAPA
 
Eugenio Pacelli llegó a la silla pontificia en una época convulsa. No solo fue el Papa que dirigió a la Iglesia Católica durante la Segunda Guerra Mundial, sino también el que más contribuyó a acrecentar la Guerra Fría que le sobrevino. Nacido en Roma en 1876, en el seno de una familia profundamente católica y conservadora, el joven Pacelli, ha escrito un historiador, estaba predestinado desde la cuna a ocupar el solio pontificio. La suya fue una carrera dedicada exclusivamente a la curia romana, jamás tuvo la experiencia de la parroquia o la diócesis propia.


Apenas dos años después de ser ordenado sacerdote en 1899, fue destacado a la Secretaría de Estado del Vaticano, de donde partió, tras ser ascendido a obispo en 1917, a Alemania para ocupar el cargo de nuncio apostólico, primero en Múnich y luego en Berlín, permaneciendo 13 años en el cargo, tiempo en el cual desarrolló una identificación con la cultura alemana que de aquella época proviene la otra leyenda sobre su persona, la de ser un declarado “germanófilo”.

Su regreso a Roma, en 1930 y ostentando la faja cardenalicia, fue para ocupar el segundo puesto más importante de la burocracia eclesial, la de Secretario de Estado del Vaticano. Nueve años después, se convertiría en Papa adoptando el nombre de Pío XII.

Desde este punto de vista, su carrera eclesiástica fue la de un diplomático, un burócrata que ascendió al trono de Pedro. Y en esto, tal vez, radique la raíz del problema para entender su pontificado. De carácter tímido y reservado, como buen diplomático estaba dispuesto a no irritar a nadie y a complacer a todos, aunque se tratase de los principales líderes fascistas de su tiempo .

Al concluir la guerra, el comunismo se convirtió en su gran obsesión y, a la postre, como lo han señalado muchos historiadores, en su talón de Aquiles. En 1949 dictó un decreto de ex comunión contra los fieles que se inscribieran o pertenecieran a un Partido Comunista. Así como prohibió administrar los sacramentos a quienes “profesaran la doctrina del comunismo”, desató una ola de canonizaciones y beatificaciones de religiosos de países comunistas como nunca antes y después se ha visto. Para Pío XII la persecución de estos últimos era parte de un plan destinado a extinguir a la Iglesia y él, en ese sentido, concibió sus decisiones como una lucha entra la civilización cristiana y la atea.

LA LEYENDA NEGRA
 
En 1963, una obra de teatro, “El Vicario”, del escritor alemán Rolf Hochhuth (llevada posteriormente al cine en el 2002 por Costa Gavras), generó un escándalo que obligó a Pablo VI a abrir los archivos correspondientes al pontificado de Pío XII para desvirtuar los hechos que pretendía mostrar la obra. A saber, que Pío XII, su entorno y el Vaticano guardó un silencio desesperante, cuando no cómplice, ante los crímenes que cometía el nazismo contra el pueblo judío y que eran de su absoluto conocimiento.


Sobre este punto, el historiador Juan María Laboa Gallego ha dicho que sus condenas a menudo “utilizaron un lenguaje demasiado eclesiástico, indirecto y nebuloso, de modo que perdían eficacia y garra”. Más aun, agrega: “Una condena tajante de los bombardeos de Guernica, de los hornos crematorios o de otras criminales injusticias habría sido más acorde con su misión”. En otras palabras, de haber anatematizado al nazismo con la misma convicción que lo hizo con el comunismo, la sólida neutralidad vaticana no se habría visto tan afectada como temía.

Es esta documentación que mandó reunir y publicar Pablo VI la que citan los defensores del ahora venerable para afirmar que “no hay nada en los archivos que lo incrimine”. Lo que obvian decir, por desconocimiento o pudor, es que esos 11 volúmenes de documentación fueron seleccionados por un grupo de historiadores jesuitas designados por el propio Vaticano y que en ellos se hace referencia a documentos vitales que no figuran en ella.

Se ha dicho también, a su favor, que los propios judíos reconocieron a Pío XII sus esfuerzos para protegerlos; que incluso la mismísima Golda Meir, a su muerte, agradeció su ayuda. Pero el caso Kurt Waldheim acaba con ese argumento. Waldheim llegó incluso a ocupar la Secretaría General de las Naciones Unidas antes de caer en el descrédito total al revelarse su pasado nazi. Lo cual nos lleva nuevamente al asunto de los archivos. En el caso de Waldheim, fue la aparición de nuevos documentos lo que lo delató. En el de Pío XII, la apertura total de los archivos podría significar el fin de la polémica. 

En ese sentido, las versiones que relacionan el surgimiento de la leyenda negra sobre Pío XII con la KGB de la desaparecida URSS no merecen mayor crédito. Son una más de las miles de teorías conspirativas que han surgido al amparo de la polémica desatada. La dilucidación de esta corresponderá, de forma seria y profesional, a los historiadores. Y al Vaticano, cuando se decida a abrir íntegramente sus archivos.

A FAVOR
Tan edulcorada como ambigua
AMÉN
ESCARLATA Y NEGRO
JERRY LONDON (1983)
Un atildado y creíble John Gielgud interpreta a Pío XII en esta película basada en la historia real de monseñor Hugh O’Flaherty, quien salvó la vida de 4.000 judíos, aun a expensas de no contar con la aprobación del Papa, pero sí con su anuencia.


EN CONTRA
Una visión crítica y demoledora
COSTA-GAVRAS (2002)
Fuertemente ideologizada, está basada en una obra original de teatro. Su estreno sacudió los cimientos del Vaticano y causó mucha polémica al acusarlo no solo de indiferencia frente al drama judío, sino también por presentarlo como antisemita.

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