15 enero 2010

La oposición pone en jaque al régimen

Las autoridades iraníes detienen a importantes figuras del movimiento reformista - El Gobierno se apropia del cadáver del sobrino de Musaví para impedir protestas 

La envergadura y la audacia de las protestas de la oposición iraní del pasado domingo han puesto a la defensiva al régimen islámico. Ayer, las autoridades, que se han visto obligadas a reconocer la muerte de ocho manifestantes -frente a la quincena de víctimas mortales que denuncian distintas webs reformistas-, detuvieron a una decena de políticos reformistas e incluso se apropiaron del cadáver de una de las víctimas, el sobrino del dirigente opositor Mir-Hosein Musaví, para impedir que su entierro desatara una nueva manifestación antigubernamental. Sin embargo, se muestran incapaces de ofrecer otra solución que no sea el enfrentamiento a los anhelos de cambio de buena parte de la población.

"No podemos celebrar un funeral hasta que no encontremos el cuerpo de mi hermano", declaró Reza Habibi Musaví, citado por la web Parlemannews. De acuerdo con su relato, el cadáver de Ali Habibi Musaví fue sacado de la morgue del hospital Ibn Sina durante la noche sin que nadie se haya responsabilizado del hecho. La agencia oficial de noticias, Irna, aseguró que el traslado del cadáver se había realizado para "ahondar en la investigación".

Fuentes reformistas sospechan que las autoridades trataban de impedir nuevas protestas durante las exequias, como ya hicieran con las víctimas de los disturbios del pasado verano. De hecho, ayer por la mañana, numerosos simpatizantes se dieron cita ante el hospital para presentar sus condolencias a la familia y, según la web Jaras, "la policía disparó gases lacrimógenos" para dispersarles.

En otra muestra del nerviosismo que han generado los incidentes del domingo, las webs reformistas denunciaron la detención de una decena de políticos de la oposición. Entre ellos destacan tres colaboradores de Musaví, incluido su mano derecha, Alí Reza Beheshtí, que ya estuvo detenido durante dos semanas el pasado septiembre. La policía también registró las oficinas de la Fundación para el Diálogo de las Civilizaciones del ex presidente Mohamed Jatamí, donde detuvo a dos de los responsables. Otros detenidos son el ex ministro de Exteriores Ebrahim Yazdí y el defensor de los derechos humanos Emad Baghi.

Por su parte, la televisión estatal admitió finalmente que el sobrino de Musaví era uno de los muertos, pero dijo que había sido víctima de "asaltantes desconocidos". Sin embargo, seguía repitiendo la versión policial de que el resto murieron en distintos accidentes (al caer de un puente o atropellados) y que los agentes no dispararon, lo que no quita para que pudieran hacerlo los milicianos irregulares, conocidos como basiyís, que les acompañaban.

Un médico del hospital Najmieh citado por The New York Times aseguró que en ese centro se operó a 17 heridos de bala, tres de los cuales se encontraban en estado crítico. El Consejo Supremo de Seguridad Nacional elevó la cifra de muertos a ocho en todo el país. El Ministerio de Sanidad reconoció que hubo al menos 60 heridos en Teherán. Y la cadena PressTV mostró imágenes de algunos de ellos, que parecían miembros de las fuerzas de seguridad, quejándose de haber sido violentamente asaltados por grupos de incontrolados. La prensa iraní, bajo fuerte control oficial, ha presentado los disturbios como obra de "un puñado de alborotadores incitados por los medios extranjeros".

La mayoría de los iraníes no tragan. La indignación se evidenciaba ayer en la sentada que hicieron los estudiantes de la Escuela de Ingeniería Toosi en Vali Asr, o en las caras largas de los viandantes que pasaban por el escenario de las protestas. Aunque los empleados municipales se apresuraron a limpiar la zona, los restos calcinados de contenedores de basura y vehículos policiales daban testimonio de la batalla campal del día anterior.

"Sí, nos sorprendió que los chavales se enfrentaran a los antidisturbios, pero le mentiría si le dijera que no nos alegramos", confiaba un vecino de Teherán a media voz. Aunque el domingo dio la impresión de que los opositores han perdido el miedo al régimen, muchos aún observan lo que ocurre desde la barrera. Sin embargo, durante el rato en el que los manifestantes controlaron un trecho de la avenida Vali Asr, incluso los más tímidos se sumaron al abucheo de una decena de basiyís que les retaban desde sus motos. Incluso cuando dos de ellos se dieron la vuelta, un par de muchachos se les encararon hartos de la humillación a la que les someten con su poder.

Ocho muertos son muchos muertos incluso para quienes se declaran apolíticos. "¿Qué le ha pasado a este sistema religioso que ordena la muerte de gente inocente durante el día sagrado de Ashurá?", se preguntaba Mehdi Karrubí, el otro candidato presidencial que junto a Musaví sigue tachando de ilegítima la reelección de Mahmud Ahmadineyad el pasado junio.

A partir de entonces, Irán se ha sumido en su mayor crisis política desde la revolución de 1979. La oposición al resultado electoral ha dado lugar a un movimiento popular que hoy cuestiona el sistema islámico. Aunque la represión acalló las primeras manifestaciones, los descontentos han encontrado en las celebraciones oficiales una ocasión para canalizar sus protestas. Ni las decenas de muertos, ni los miles de detenidos, ni las cinco condenas a muerte dictadas contra algunos de los que han sido juzgados, han logrado acallar el malestar, pero tampoco los afectos al régimen se han movido un ápice en sus posturas. La colisión resulta inevitable.

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