La Comisión Electoral Palestina acaba de recomendar al
presidente de la Autoridad Palestina (AP), Mahmud Abbas, que retrase la
convocatoria de las elecciones presidenciales y legislativas previstas
inicialmente para el próximo 24 de enero. Aunque se invocan razones
técnicas para ello- la imposibilidad de que las listas de candidatos
estén publicadas el 14 de noviembre-, es fácil entender que existen
otras más poderosas para justificar la medida.
Entre ellas destaca el fracaso en la reconciliación entre Hamas- que controla férreamente la Franja de Gaza desde junio de 2007- y la Autoridad Palestina- que malamente sigue gestionando Cisjordania. Tras meses de esfuerzo, la mediación egipcia no ha logrado superar los obstáculos entre los dos principales actores palestinos, para acordar un gobierno de unidad que permita preparar unas elecciones en las que ambos se juegan su futuro. Enquistados en sus posiciones de partida- con un Abbas que ha sobrepasado su mandato, desde el pasado enero, y con un Consejo Legislativo que igualmente ha cumplido su plazo en mitad de una parálisis total-, ambos parecen preferir el mantenimiento del escaso poder que ostentan actualmente, antes de arriesgarse a un vuelco electoral que los condene al ostracismo.
Para ninguno de ellos se han cumplido las previsiones que manejaban
hace unos meses. Por lo que respecta al rais palestino, el Congreso del
principal partido de la AP y de la OLP- Al Fatah-, en agosto pasado,
apenas ha supuesto un limitado respiro. Si en el terreno ideológico no
se ha producido ningún cambio, la renovación de su elite dirigente
apenas ha dejado espacio a caras realmente nuevas- el regreso de Mohamed
Dahlan e incluso de Marwan Barguthi no cambia la imagen de un partido
altamente desprestigiado a los ojos de una población cada vez más
cansada de sus dirigentes. Pero el negativo impacto de esa ocasión
perdida palidece frente al anuncio de Washington- por boca de su
Secretaria de Estado, Hillary Clinton- de que la paralización total de
la ampliación y construcción de asentamientos israelíes ha dejado de ser
una conditio sine qua non para relanzar un proceso de diálogo y
negociación que posibilite la paz en la zona.
Con esta declaración se ha puesto fin al periodo de esperanza que la
llegada de Barack Obama había representado para Oriente Próximo. Si ni
siquiera ésta es ya una exigencia real a Israel, es difícil imaginar qué
otra puede usar Washington para acercar a las partes a la mesa de
negociaciones. Volvemos, en la práctica, a la casilla de partida de un
juego en el que Israel- con la plena complacencia estadounidense- ha
mostrado una gran maestría para no tener que ceder en nada sustancial,
mientras continúa sin tregua en su sofisticada estrategia de
aniquilación de cualquier viabilidad para un futuro Estado palestino
digno de tal nombre.
Pero tampoco para Hamas las cosas han evolucionado como esperaba. Por
una parte, ni Fatah, ni la OLP, ni la propia AP han colapsado a pesar
del enorme deterioro que van acumulando como resultado de sus errores y
del desprecio con el que son tratados por israelíes y la comunidad
internacional. Por otra, su propia gestión de Gaza está generando un
creciente descontento popular, ante las condiciones de asedio en las que
continúan viviendo y el evidente sesgo represivo de su ejercicio de
poder. Tampoco ha logrado resultados visibles ni en la posible
liberación de prisioneros palestinos por parte de Israel ni en el
levantamiento del bloqueo a la Franja. Desde el exterior tampoco sus
apoyos- Siria, Irán, Qatar- le reportan gran cosa y Egipto sigue siendo
reacio a concederle más protagonismo político. En resumen, Hamas no está
ahora en condiciones de retar directamente a sus rivales en las urnas
y, por tanto, puede resultarle más recomendable mantener su actitud de
firmeza en el rechazo a Israel y en la crítica a la AP, a la espera de
que cambie el escenario en una próxima etapa de incierto futuro. Así hay
que entender su desafío de impedir la celebración de las hipotéticas
elecciones en toda Gaza.
En estas condiciones puede comprenderse mejor la decisión de Mahmud
Abbas de renunciar a presentarse nuevamente a la presidencia de la AP.
Cabe imaginar que ha llegado a este punto como consecuencia de su
convencimiento de que no dispone ya de ningún capital político con el
que solicitar nuevamente el apoyo de su pueblo. En realidad, no solo no
ha conseguido ninguna mejora en el nivel de bienestar y seguridad de los
palestinos de Cisjordania y (mucho menos) de Gaza, sino que ha sufrido
el desprecio de israelíes (empeñados en que “no hay interlocutor para la
paz”) y estadounidenses (al no exigir a Israel que detenga los
asentamientos). Su anuncio- que no debe interpretarse automáticamente
como una verdadera voluntad de retirada- busca previsiblemente una
reacción de esos mismos actores. Le sirve como un postrero gesto de
dignidad ante su opinión pública, mostrando su aparente desapego por el
poder a toda costa. Pretende que le sirva también como un aldabonazo
para Tel Aviv y Washington, intentando que el temor a perder al ¿último?
dirigente palestino dispuesto a firmar un simulacro de paz (porque otra
cosa no puede esperarse hoy, dada la desigual relación de fuerzas en
presencia), les lleve a algún cambio de actitud. Solo en ese caso- si
hay una mínima muestra de flexibilidad por parte israelí- podría Abu
Mazen aumentar sus opciones de victoria en unas elecciones que hoy
quedan en el aire sine dia.
Benjamín Netanyahu ha logrado- una vez más- doblegar la mano de
Washington. Obama ha tirado la toalla, con lo que su imagen queda dañada
ante quienes creían que en este tema marcaría un cambio real con
respecto a sus predecesores. Abbas agota su última baza, sabiendo que el
futuro no depende de él mismo. Hamas, mientras tanto, prefiere esperar
tiempos mejores para mover ficha. La partida sigue adelante, aunque el
final se adivina decepcionante para los amantes de la paz.
Jesús A. Núñez Villaverde – Codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH)
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