Sabio alemán.
Acaba de aparecer “Max Uhle: 1856-1944”, un volumen que evalúa a la luz
de los nuevos tiempos los aportes del investigador alemán en América. Un
hombre que recogió el espíritu de su época y se lanzó a la conquista
del Nuevo Mundo.
Por: Jorge Paredes Laos
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Llega al Perú en el último lustro del siglo XIX. Gracias al patrocinio de universidades de Estados Unidos (Filadelfia y Berkeley), Uhle inicia sus excavaciones en Pachacámac en 1896 y, aunque todavía no tiene una vocación definida, se inclina por la arqueología en un tiempo en que esta disciplina recién se iba consolidando. En una carta fechada en 1900 le dice a una tía que se siente como “el conductor de un aerostático sin rumbo fijo”.
Sus apuros económicos y su falta de tacto diplomático hacen que algunos de sus contemporáneos lo vean solo como un agente de museos extranjeros y expoliador de antigüedades. Una leyenda negra que Peter Kaulicke, uno de los editores de este volumen se apura en corregir: “No es tanto así. Más bien Uhle, cuando se desliga de las universidades norteamericanas, dirige sus esfuerzos a inculcar a los peruanos la protección de su patrimonio. Llegó a escribir un artículo donde reclamaba una legislación para toda América, porque creía que todas las naciones debían trabajar de manera conjunta”.
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A los 50 años, Uhle llega a ser designado director del Museo de Historia Nacional de Lima. Antes, a sus excavaciones y publicaciones sobre Pachacámac, se habían sumado sus trabajos en las huacas de la Luna y del Sol en Moche; sus excavaciones en Ica, Pueblo Nuevo, Pisco y Huaitará; además, de Ancón, la isla de San Lorenzo, el valle de Supe y la sierra de Lima. A esto se agregan sus visitas al Cusco y al Altiplano, donde hizo importantes observaciones etnográficas sobre las festividades, la medicina tradicional y la etnobotánica. Tomó miles de fotografías y documentó canciones y cuentos quechuas y aimaras. Este libro enfatiza en todos estos aportes, y citando a John Rowe, el arqueólogo Peter Kaulicke sostiene que Uhle llevó a cabo más trabajo de campo en la parte occidental de América del Sur que cualquier otro investigador antes y después de él.
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Por cuarenta años, Uhle recorrió seis países americanos y fue pionero en los estudios arqueológicos en varios de ellos. En 1939, ya viejo, retorna al Perú a un congreso de americanistas, pero al poco tiempo estalla la Segunda Guerra Mundial y el Perú le declara la guerra a Alemania. Varios ciudadanos alemanes –entre ellos Uhle– son detenidos en Chosica.
Cuando regresa a Alemania (en 1942), su salud está ya deteriorada. Es internado en un sanatorio, donde morirá dos años después. “Pero nadie conoce su tumba”, asegura Kaulicke, “porque parece que lo enterraron en una fosa común”. Resulta increíble que hasta hoy los investigadores no se hayan interesado en analizar las 2.153 cartas que el sabio dejó en el Instituto Iberoamericano de Berlín. Ahí, entre miles de fotos, permanece oculto parte de su legado.
CULTURA
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