La guerra afgana
A falta de una nueva estrategia, la Casa Blanca anticipa que no habrá retirada ni reducción de tropas
Al cumplirse ayer exactamente ocho años del inicio de la guerra en Afganistán, EE UU está decidido a mantener su presencia militar en ese país, aunque sin determinar aún en qué cantidad y con qué estrategia. Barack Obama sólo tiene claro por ahora que no va a ordenar una retirada ni una reducción sustancial del número de tropas. El resto está bajo consideración.
El presidente norteamericano se reunió ayer con sus principales asesores políticos y militares en una larga sesión dedicada monográficamente a Afganistán. El viernes pasado sostuvo un encuentro de las mismas características, y hay otro convocado para mañana. Obama quiere escuchar todas las voces y calibrar todas las alternativas antes de anunciar lo que el secretario de Defensa, Robert Gates, ha calificado como "una de las decisiones más trascendentales de su presidencia".
Gates es uno de los personajes que más va a influir en esa decisión. Otro es el general James Jones, el consejero nacional de Seguridad, el único militar en el equipo de los más cercanos colaboradores del presidente. Gates, un republicano que ocupó el mismo cargo en la anterior Administración, aporta experiencia y prudencia. Jones es un gran vehículo de comunicación con los militares en un momento en que han surgido ciertas fricciones entre la Casa Blanca y los responsables de la operación en Afganistán.
Tanto Gates como Jones han dicho en los últimos días que abandonar Afganistán o dejar allí una presencia testimonial de tropas no es una opción. Ahora el propio presidente ha asumido esa posición y la ha transmitido a los principales líderes de ambos partidos en el Congreso. "Ninguna de las alternativas que se maneja contempla la posibilidad de una fuerte reducción de las fuerzas desplegadas", confirmó un alto funcionario.
Obama comunicó el martes a los congresistas, según esa misma fuente, que tomará su decisión lo antes posible -no parece que antes de algunas semanas aún- y que no se trata necesariamente de elegir entre duplicar el número de tropas actual (68.000) o recortarlo drásticamente, lo que da a entender que no hará ninguna de las dos cosas. También les dijo que lo que finalmente decida probablemente no será del gusto de todos los miembros del Congreso ni del todo el país.
Eso se puede dar por descontado. Después de una guerra que dura ya más que la de Irak o la II Guerra Mundial y que está cerca de convertirse en la más larga de la historia de este país, se acumulan los síntomas de cansancio y confusión. Un 49% de los norteamericanos, según una extensa encuesta de Quinnipiac University conocida ayer, no cree que sea posible cumplir el objetivo de acabar con la amenaza terrorista.
Los principales responsables de la nación están divididos sobre el mejor camino a seguir. El mando militar en Afganistán, el general Stanley McChrystal, ha defendido su propuesta de aumentar el número de tropas (otras 40.000) hasta el límite de ser acusado de insubordinación por la prensa de izquierdas. McChrystal tiene el respaldo de su inmediato superior, el general David Petraeus, que ensayó con éxito una estrategia similar en Irak, y de los principales dirigentes republicanos, que han pedido a Obama que atienda al 100% la petición del controvertido militar.
"Estoy convencido de que el análisis del general McChrystal, no sólo es el correcto sino que debe de ser aplicado inmediatamente", ha declarado el ex candidato presidencial republicano John McCain. Tanto él como sus compañeros de partido apremiaron el miércoles al presidente a tomar una decisión urgentemente, a la vista del deterioro de la situación sobre el terreno. Más de una cuarta parte de las 900 bajas mortales de Estados Unidos desde el inicio de la guerra se han producido este año.
Para Obama no es tan sencillo como repetir en Afganistán lo que funcionó en Irak. Aquella estrategia fue implementada por un presidente desesperado sin ningún horizonte político. Esta vez, el que tiene que decidir es un hombre con toda su gestión por delante. Los riesgos para él son enormes. No sólo por el peligro evidente de ser derrotado en un campo de batalla donde nadie antes ha triunfado, sino por el coste de hacerlo contra la voluntad de sus votantes. Los dirigentes demócratas se niegan a enviar más tropas, y en la puerta de la Casa Blanca, los mismos que antes se manifestaban contra la guerra de Bush han empezado a manifestarse contra la guerra de Obama.
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