México (PL) El impactante concierto Paz sin fronteras realizado en la Plaza de la Revolución de La Habana y el regreso del presidente Manuel Zelaya a Honduras, son expresiones del cambio que se está registrando en América Latina.
Empecemos por el concierto, que algunos intentaron impedir y no pudieron y al que otros quisieron atribuirle el carácter de un espectáculo musical y nada más.
Se vale preguntar por qué Cuba fue elegida como sede de un concierto dedicado a la paz si allí no se registra una guerra desde el triunfo de la Revolución en 1959.
Y la respuesta es obvia, porque sin guerras declaradas, la nación caribeña se cuenta entre las más agredidas en los últimos 50 años.
Terroristas y provocadores financiados por Estados Unidos asesinaron a cubanos en distintos puntos del país e hicieron explotar bombas en diversos lugares, causando muerte y destrucción.
Contra Cuba se introdujeron virus destinados a provocar epidemias en las personas, en los cultivos agrícolas y en la ganadería.
La fracasada invasión de Bahía de Cochinos (1961) constituyó un acto de guerra abierto, que fue seguido de múltiples intentos desestabilizadores cuando Cuba declaró el carácter socialista de la Revolución.
En 1962 esa situación llegó a uno de los puntos más álgidos con la crisis de los misiles y la implantación del bloqueo económico por parte de Estados Unidos.
Ese mismo año el gobierno estadounidense logró que la Organización de Estados Americanos (OEA), expulsara de ese organismo a Cuba y presionó a los países latinoamericanos para que rompieran relaciones con esa nación, sólo México las mantuvo.
En 1970 el presidente chileno Salvador Allende las reanudó, pero al producirse el golpe de Estado en su contra se rompieron otra vez.
Fue hasta avanzada la década de los años 1980 cuando América Latina empezó a establecer nuevamente relaciones con Cuba y ese proceso se hizo más rápido a la caída de las dictaduras militares.
En contraste, el gobierno cubano mantenía relaciones normales con el resto del mundo y a pesar de todos los problemas creados por el bloqueo económico el país progresaba en todo sentido.
Entonces los estadounidenses dictaron las leyes Torricelli y Helms-Burton, para impedirles a los demás países comerciar con Cuba, leyes de aplicación extraterritorial que siguen vigentes.
Con todo ese pesado bagaje en contra, que le ha significado un daño de decenas de miles de millones de dólares, la nación caribeña ha alcanzado un desarrollo social, educativo y científico superior a muchos otros países latinoamericanos.
No cabe duda que Cuba ha sido una de las naciones más agredidas y en las más variadas formas.
Por eso tiene razón de ser que allí se haya realizado el segundo concierto Paz sin Fronteras.
La organización del concierto debió enfrentar serios problemas.
Los ex cubanos, hoy estadounidenses de gran poderío económico que en su mayoría viven en Florida, intentaron impedirlo amedrentando a los organizadores y participantes, en especial al colombiano Juanes, quien concibió la idea.
Quedó amenazado de muerte y sus discos fueron destruidos en la vía pública en Miami.
Algunos, como Enrique Iglesias y Ricky Martín, claudicaron.
Los demás, artistas consagrados de América Latina, el Caribe y Europa, protagonizaron el que tal vez sea el mayor concierto que se haya realizado y al cual asistieron un millón ciento cincuenta mil cubanos.
Esto era impensable hace pocos años atrás porque los gobiernos estadounidenses lo habrían impedido.
Hay que reconocer que la administración de Barrack Obama dio las autorizaciones necesarias para que viajaran los técnicos de nacionalidad estadounidense y se transportaran los equipos de alta tecnología que se requerían.
Los cubanos los recibieron con amistad y afecto.
Los artistas, que antes se preguntaban si podrían con un auditorio de 500 o 600 mil personas, se encontraron con uno de un millón ciento cincuenta mil, que los aplaudió, cantó y bailó con ellos sin que se produjera ningún incidente ni desmán, como ocurre con frecuencia en los actos masivos de este carácter y la razón de que así haya sido radica en que la Revolución también se ha dado en el plano cultural.
Por otro lado, aunque no todos los países se hayan sumado al bloqueo, Cuba sufrió un aislamiento que sólo en los últimos años se ha empezado a romper.
En este 2009 la expulsión de Cuba de la OEA se revocó en un indudable acto de reparación y ahora los más afamados artistas llegaron a cantarle.
El mundo se está abriendo a Cuba, que nunca estuvo cerrada y que no se maquilló para la ocasión, se mostró tal cual es.
Zelaya rompió la inercia.
El sorpresivo regreso del presidente Manuel Zelaya a Honduras impactó en el rumbo que llevaban los acontecimientos y está empezando a cambiarlo, como se evidenció.
Al producirse el golpe de Estado en su contra la condena fue unánime y se aplicaron sanciones al régimen encabezado por Roberto Micheletti.
Se desconoció al régimen golpista y se mantuvo el reconocimiento a Zelaya como el verdadero presidente de Honduras.
Sin embargo, la situación no varió porque las sanciones fueron benévolas y la actuación de Estados Unidos no ha sido clara.
Cuando la comunidad internacional y el pueblo hondureño reclamaban la restitución de Zelaya en el cargo, la posición del departamento de Estado era ambigua y el presidente Obama no se involucraba.
No se trataba de que Estados Unidos interviniera para solucionar el problema, sino de que impusiera al gobierno de facto sanciones más efectivas.
En vez de eso, la secretaria de Estado, Hillary Clinton, buscó un mediador y escogió a Oscar Arias, presidente de Costa Rica y hombre afín a Washington.
El mediador propuso un plan que fue rechazado por los golpistas y la situación se mantenía en la indefinición, lo que favorecía a Micheletti y su grupo porque las cosas seguían sin cambio.
Los golpistas se negaban a que Zelaya regresara al gobierno hasta la elección y toma de posesión de quien fuera electo en los comicios de noviembre próximo.
Con eso se pretendía que el golpe quedara impune, si bien un alto número de países había declarado que no reconocerían a un gobierno elegido bajo una dictadura.
Así las cosas la situación se estancó y el tiempo favorecía a Micheletti y su grupo.
El regreso de Zelaya, quien fue acogido en la embajada brasileña en Tegucigalpa, no sólo cambió la situación sino que marcó el ingreso activo de Brasil y del Presidente Luiz Inácio Lula da Silva en la implementación de una solución al conflicto.
La rabieta de Micheletti fue inconmensurable, decretó el Estado de sitio, impuso el toque de queda y centenares de personas fueron detenidas sin que se llevara registro alguno de ello, lo que se presta a desapariciones forzadas.
Mientras la secretaria de Estado estadounidense, Hillary Clinton, instaba a un diálogo, el gobierno de Brasil, a través de su embajadora en Naciones Unidas, presentó un documento en el Consejo de Seguridad expresando su preocupación por la seguridad de Zelaya y del personal de su embajada en Honduras.
El texto reafirma que la OEA sigue siendo el foro apropiado donde debe encontrarse la solución política a la situación.
Esto equivale a desahuciar el Plan Arias, propiciado por Estados Unidos, y en la práctica sacar del papel protagónico a ese país y a Clinton, para impulsar una solución latinoamericana y caribeña.
Arias, por su parte, planteaba que la discusión de su propuesta debía continuarse fuera de Honduras porque allí no había condiciones para hacerlo.
No se sabe si lo propuso con la intención de hacer salir a Zelaya de su país, al que tanto le costó regresar, pero lo importante es el vuelco que se está produciendo.
Lula ha dicho que Brasil tiene una responsabilidad con Latinoamérica, así como Estados Unidos la tiene con Norteamérica, pero que en este caso tienen que trabajar juntos porque hay un golpe de Estado y eso no lo pueden permitir.
(*) La autora es una reconocida periodista chilena radicada en México, colaboradora de Prensa Latina.
Empecemos por el concierto, que algunos intentaron impedir y no pudieron y al que otros quisieron atribuirle el carácter de un espectáculo musical y nada más.
Se vale preguntar por qué Cuba fue elegida como sede de un concierto dedicado a la paz si allí no se registra una guerra desde el triunfo de la Revolución en 1959.
Y la respuesta es obvia, porque sin guerras declaradas, la nación caribeña se cuenta entre las más agredidas en los últimos 50 años.
Terroristas y provocadores financiados por Estados Unidos asesinaron a cubanos en distintos puntos del país e hicieron explotar bombas en diversos lugares, causando muerte y destrucción.
Contra Cuba se introdujeron virus destinados a provocar epidemias en las personas, en los cultivos agrícolas y en la ganadería.
La fracasada invasión de Bahía de Cochinos (1961) constituyó un acto de guerra abierto, que fue seguido de múltiples intentos desestabilizadores cuando Cuba declaró el carácter socialista de la Revolución.
En 1962 esa situación llegó a uno de los puntos más álgidos con la crisis de los misiles y la implantación del bloqueo económico por parte de Estados Unidos.
Ese mismo año el gobierno estadounidense logró que la Organización de Estados Americanos (OEA), expulsara de ese organismo a Cuba y presionó a los países latinoamericanos para que rompieran relaciones con esa nación, sólo México las mantuvo.
En 1970 el presidente chileno Salvador Allende las reanudó, pero al producirse el golpe de Estado en su contra se rompieron otra vez.
Fue hasta avanzada la década de los años 1980 cuando América Latina empezó a establecer nuevamente relaciones con Cuba y ese proceso se hizo más rápido a la caída de las dictaduras militares.
En contraste, el gobierno cubano mantenía relaciones normales con el resto del mundo y a pesar de todos los problemas creados por el bloqueo económico el país progresaba en todo sentido.
Entonces los estadounidenses dictaron las leyes Torricelli y Helms-Burton, para impedirles a los demás países comerciar con Cuba, leyes de aplicación extraterritorial que siguen vigentes.
Con todo ese pesado bagaje en contra, que le ha significado un daño de decenas de miles de millones de dólares, la nación caribeña ha alcanzado un desarrollo social, educativo y científico superior a muchos otros países latinoamericanos.
No cabe duda que Cuba ha sido una de las naciones más agredidas y en las más variadas formas.
Por eso tiene razón de ser que allí se haya realizado el segundo concierto Paz sin Fronteras.
La organización del concierto debió enfrentar serios problemas.
Los ex cubanos, hoy estadounidenses de gran poderío económico que en su mayoría viven en Florida, intentaron impedirlo amedrentando a los organizadores y participantes, en especial al colombiano Juanes, quien concibió la idea.
Quedó amenazado de muerte y sus discos fueron destruidos en la vía pública en Miami.
Algunos, como Enrique Iglesias y Ricky Martín, claudicaron.
Los demás, artistas consagrados de América Latina, el Caribe y Europa, protagonizaron el que tal vez sea el mayor concierto que se haya realizado y al cual asistieron un millón ciento cincuenta mil cubanos.
Esto era impensable hace pocos años atrás porque los gobiernos estadounidenses lo habrían impedido.
Hay que reconocer que la administración de Barrack Obama dio las autorizaciones necesarias para que viajaran los técnicos de nacionalidad estadounidense y se transportaran los equipos de alta tecnología que se requerían.
Los cubanos los recibieron con amistad y afecto.
Los artistas, que antes se preguntaban si podrían con un auditorio de 500 o 600 mil personas, se encontraron con uno de un millón ciento cincuenta mil, que los aplaudió, cantó y bailó con ellos sin que se produjera ningún incidente ni desmán, como ocurre con frecuencia en los actos masivos de este carácter y la razón de que así haya sido radica en que la Revolución también se ha dado en el plano cultural.
Por otro lado, aunque no todos los países se hayan sumado al bloqueo, Cuba sufrió un aislamiento que sólo en los últimos años se ha empezado a romper.
En este 2009 la expulsión de Cuba de la OEA se revocó en un indudable acto de reparación y ahora los más afamados artistas llegaron a cantarle.
El mundo se está abriendo a Cuba, que nunca estuvo cerrada y que no se maquilló para la ocasión, se mostró tal cual es.
Zelaya rompió la inercia.
El sorpresivo regreso del presidente Manuel Zelaya a Honduras impactó en el rumbo que llevaban los acontecimientos y está empezando a cambiarlo, como se evidenció.
Al producirse el golpe de Estado en su contra la condena fue unánime y se aplicaron sanciones al régimen encabezado por Roberto Micheletti.
Se desconoció al régimen golpista y se mantuvo el reconocimiento a Zelaya como el verdadero presidente de Honduras.
Sin embargo, la situación no varió porque las sanciones fueron benévolas y la actuación de Estados Unidos no ha sido clara.
Cuando la comunidad internacional y el pueblo hondureño reclamaban la restitución de Zelaya en el cargo, la posición del departamento de Estado era ambigua y el presidente Obama no se involucraba.
No se trataba de que Estados Unidos interviniera para solucionar el problema, sino de que impusiera al gobierno de facto sanciones más efectivas.
En vez de eso, la secretaria de Estado, Hillary Clinton, buscó un mediador y escogió a Oscar Arias, presidente de Costa Rica y hombre afín a Washington.
El mediador propuso un plan que fue rechazado por los golpistas y la situación se mantenía en la indefinición, lo que favorecía a Micheletti y su grupo porque las cosas seguían sin cambio.
Los golpistas se negaban a que Zelaya regresara al gobierno hasta la elección y toma de posesión de quien fuera electo en los comicios de noviembre próximo.
Con eso se pretendía que el golpe quedara impune, si bien un alto número de países había declarado que no reconocerían a un gobierno elegido bajo una dictadura.
Así las cosas la situación se estancó y el tiempo favorecía a Micheletti y su grupo.
El regreso de Zelaya, quien fue acogido en la embajada brasileña en Tegucigalpa, no sólo cambió la situación sino que marcó el ingreso activo de Brasil y del Presidente Luiz Inácio Lula da Silva en la implementación de una solución al conflicto.
La rabieta de Micheletti fue inconmensurable, decretó el Estado de sitio, impuso el toque de queda y centenares de personas fueron detenidas sin que se llevara registro alguno de ello, lo que se presta a desapariciones forzadas.
Mientras la secretaria de Estado estadounidense, Hillary Clinton, instaba a un diálogo, el gobierno de Brasil, a través de su embajadora en Naciones Unidas, presentó un documento en el Consejo de Seguridad expresando su preocupación por la seguridad de Zelaya y del personal de su embajada en Honduras.
El texto reafirma que la OEA sigue siendo el foro apropiado donde debe encontrarse la solución política a la situación.
Esto equivale a desahuciar el Plan Arias, propiciado por Estados Unidos, y en la práctica sacar del papel protagónico a ese país y a Clinton, para impulsar una solución latinoamericana y caribeña.
Arias, por su parte, planteaba que la discusión de su propuesta debía continuarse fuera de Honduras porque allí no había condiciones para hacerlo.
No se sabe si lo propuso con la intención de hacer salir a Zelaya de su país, al que tanto le costó regresar, pero lo importante es el vuelco que se está produciendo.
Lula ha dicho que Brasil tiene una responsabilidad con Latinoamérica, así como Estados Unidos la tiene con Norteamérica, pero que en este caso tienen que trabajar juntos porque hay un golpe de Estado y eso no lo pueden permitir.
(*) La autora es una reconocida periodista chilena radicada en México, colaboradora de Prensa Latina.
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