01 noviembre 2009

Celulares y cáncer

Ayer se han publicado en Londres los resultados preliminares de un estudio internacional supervisado por la Organización Mundial de la Salud, que demuestra, de modo ya difícil de rebatir, la relación entre el uso del teléfono celular y ciertos tipos de cáncer cerebral.

La investigación ha costado 33 millones de dólares, ha demorado diez años, se ha realizado en trece países y ha involucrado a 12,800 personas.

La conclusión es que, a largo plazo, “existe un riesgo significativamente mayor” de padecer un glioma de carácter maligno en las personas que hacen un uso intensivo del teléfono portátil.

El informe fue reseñado por el diario británico “The Daily Telegraph”, pero será publicado recién a fines de año.

La investigación, bautizada con el nombre de Interphone, ha sido dirigida por la doctora Elizabeth Cardis, profesora del Centro de Epidemiología Ambiental de Barcelona.

La relación entre celulares y cáncer cerebral se explicaría por la radiación de radiofrecuencia y el efecto que este barrido electromagnético produce en el ADN celular. Las células así mutadas son las que más tarde podrían convertirse en cancerosas.

Trascendió que la publicación del informe obligará a los gobiernos europeos, para empezar, a legislar específicamente sobre el asunto y causará una gran alarma en la ya colosal industria de la telefonía móvil.

De Nokia (fabricante) a Telmex (operador), pasando por Telefónica, Verizon o Motorola, la reacción de los implicados será volver a negar cualquier daño colateral surgido del uso del móvil, tal como lo han venido repitiendo desde que, hace diez años, se tuvo la primera sospecha de ese vínculo maligno.

Y el periodismo a destajo, por supuesto, se encargará de sembrar dudas, apostar por el relativismo y desacreditar el informe diciendo que es insuficiente y que se requerirán otros veinte años para poder afirmar algo contundente.

Es decir, hará lo mismo que hicieron las prensas tabacaleras cuando la Philip Morris las aceitaba y lo que hacen los escribas petroleros pagados por la British Petroleum para decir que no hay calentamiento global y que Al Gore necesita camisa de fuerza.

Pero todo indica que una nueva cultura de la prevención se impondrá alrededor del uso del celular.

La verdad es que a mí me parece de justicia que hoy se confirme lo que era de sentido común: no hay sistema neuronal que no corra el riesgo de freirse o degenerarse con una fuente de radiofrecuencia pegada al parietal, usando el conducto auditivo como túnel y afectando el equilibrio iónico de las células nerviosas.

Esto del equilibrio iónico no es algo que se me acaba de ocurrir. Es parte de la argumentación que Nokia presentó, en 1998, para desarrollar un aparato celular que tuviera menos radiación electromagnética y que, por lo tanto, “fuera menos riesgoso para la salud de los usuarios”.

Así como lo oyen. Desde hace más de diez años que empresas como Nokia saben que sus productos tienen un riesgo potencial. De hecho, Erickson y Motorola también han patentado versiones menos ofensivas de esos aparatos.

Esas patentes inscritas en Washington sirvieron, en el 2001, para que el defensor de los consumidores inglés Alasdair Philips denunciara que los grandes monstruos de la telefonía móvil sí estaban enterados de lo que muchos neurólogos serios habían empezado a sospechar.

El director del Instituto de Salud y Medio Ambiente de la Universidad de Albany (Nueva York), David Carpenter, dijo hace dos años algo que suena muy razonable: “Aquí los que están en mayor riesgo son los niños, cuyos cerebros son más vulnerables”.

Y el director del Instituto del Cáncer de la Universidad de Pittsburgh, Ronald Herbeman, dijo hace poco ante una comisión del Congreso estadounidense: “Tomando en cuenta que nos demoramos 70 años en cerciorarnos de que el plomo en la pintura era un veneno y que nos costó 50 años demostrar que el tabaquismo produce cáncer, pienso que, en relación a la telefonía móvil, deberíamos hacer un mejor trabajo”.

Yo no puedo saber de modo absoluto si este maldito aparato, que suena en los conciertos y en los cines, que todos llevamos en el bolsillo y que a todos nos ha hecho súbditos, produce, a la larga, cáncer cerebral.

Lo que sí sé es que produce un tipo de carcinoma comunicacional que consiste en que de 100 llamadas recibidas sólo diez valen la pena.

De las otras 90, cuarenta son babosas, veinte son indeseables, veinte indescifrables (por la forma o el fondo) y 10 agresivamente solicitantes.

Estamos hipercomunicados y más solos que nunca. Nos decimos lo banal y ya no hablamos de lo importante. Y lo que más se teme es lo que más debería estimarse: el silencio.

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