Se trata de bailes que emulan batallas o hechos. Además de bailarse en sus pueblos originarios, también subsisten en la capital
Por: Elizabeth Salazar Vega
¡Yura chaqui, yana chaqui! (¡Pie blanco, pie negro!) ¡Yura chaqui,
yana chaqui! Es de noche y aquel grito resuena en el colegio República
de Alemania, en Pueblo Libre. En el patio, jóvenes de la Asociación
Cultural Urpicha vencen el frío alzando alternadamente las piernas que
adrede están envueltas con lanas de los colores invocados. Se dice que
Andrés Avelino Cáceres ideó aquel cántico para que su tropa, integrada
por comuneros quechuahablantes, pudiera marcar el paso sin problemas en
las batallas de Concepción, Pucará y Marcavalle, en las que vencieron a
las huestes chilenas allá entre 1881 y 1882.
Es la maqtada de Cáceres, danza propia del Mantaro que, desde 1928,
rememora la resistencia huanca en el valle de Yanamarca y ha sido
declarada patrimonio cultural de Junín. Si bien cuando se habla de
bailes folclóricos, el huaylarsh, festejo y marinera tienen ganado su
sitial en nuestra memoria, existen otros de evocación histórica que
tejen trozos del pasado peruano en sus pueblos originarios y hoy pueden
encontrarse en Lima gracias a que elencos juveniles los ensayan y
difunden para alejarlos del olvido.
“Toda danza describe contenidos culturales, pero si se analizan los
movimientos o su contexto se pueden clasificar en agrícolas, guerreras,
religiosas, festivas e históricas. Estas son recreaciones específicas
que pueden recibir aportes y modificaciones para adaptarse a los
tiempos”, explica Daniel Díaz, antropólogo e investigador de la Escuela
Nacional de Folclor José María Arguedas.
Además de la maqtada, las hazañas del Brujo de los Andes son
recordadas en los avelinos, danza que data de 1908 y que hace dos años
fue declarada patrimonio cultural de la nación por impulso de la
Sociedad Auxilios Mutuos San Roque, de Huancayo, como recuerda Gilberto
Dávila Cangahuala, uno de sus fundadores.
En nuestra capital la agrupación Avelinos II-Hijos de San Jerónimo
de Tunán es una de las que la preserva. “La mayoría de los integrantes
somos descendientes de ese pueblo y la recreamos a fines de agosto”,
explica Víctor Román (22), quien participa desde niño. No está claro si
la vestimenta, hecha de retazos de tela de colores, es un camuflaje o
representa la indumentaria harapienta que vestían nuestros soldados.
Para Soledad Mujica, directora de Registro y Estudio de la Cultura en el
Perú Contemporáneo del INC, dicha incógnita se ha convertido en
leyenda.
Los recuerdos republicanos no podían dejar de lado los años de
esclavitud. Los negritos de Huánuco, de Chincha, el qápac negro
(Paucartambo) y otras danzas similares, narran con ironía su
participación negra en las diferentes regiones del país y la liberación
de las cofradías decretada por Ramón Castilla. El grupo Real Amarilis,
en San Juan de Lurigancho, es uno de los que difunde esta danza con las
características máscaras, penachos y trajes luminosos que no buscan otra
cosa que burlarse de sus opresores.
“Es curioso que la danza haya recogido a lo largo de los años hechos
históricos que impactaron a los pueblos, pero no existe alguna referida
a la independencia. Eso se debe a que los peruanos no luchamos por ella
y hasta San Martín tuvo que anunciar que éramos libres en cada plaza
que encontró en Lima”, explica Daniel Díaz.
INCAS Y ESPAÑOLES
Literalmente cercados por los cerros de San Juan de Lurigancho, en el patio del colegio José Carlos Mariátegui, ex alumnos, estudiantes y vecinos danzan otros pasajes de nuestra identidad, esta vez del pasado incaico: las manos alzadas en señal de veneración son el preámbulo a los enérgicos saltos de los varones con la chaquitaclla y el ágil giro de las mujeres para dejar las semillas en los surcos. Mashwa tarpuy es una de las pocas danzas que recuerdan las labores que dirigía el mismo inca, y los chicos del Centro Cultural Munaymarka se han especializado en ella.
En contraparte, el fin del período inca es recordado por una danza
reelaborada a través de generaciones y con apoyo de antropólogos: la
muerte de Atahualpa, estampa que cuenta con diferentes versiones en
Junín, Cajatambo, Áncash, La Libertad, Pasco, etc., y que en Lima
Metropolitana la han hecho suya la escuela José María Arguedas y elencos
de Comas.
Pero lo vivido en el período hispánico es lo que quizá más ha
impactado a los pueblos, pues volcaron en danzas como la tunantada y
chonguinada (valle del Mantaro) la necesidad de mofarse de personajes de
la Colonia. En Lima se cuentan al menos 40 compañías de chonguinos que
compiten cada año en Santa Anita imitando los pasos cadenciosos del
minué francés. Este sincretismo se evidencia aún más en las pallas, el
baile de las antiguas señoras incas que fueron preservadas en la danza
con tocados y bobos europeos.
La contraparte del esfuerzo de preservación que realizan estos
grupos son los que caen en bailes y pasos imaginados para satisfacer un
show. La riqueza cultural de nuestro país aún oculta danzas que esperan
ser recreadas por investigadores, pues, la historia no solo se lee o se
cuenta, también se recrea con los pies.
SEPA MÁS
Tradición que se expande y consolida
1. El libro “Calendario tradicional peruano”, de Renata y Luis Millones, suma a las danzas de evocación histórica los bailes los héroes de Sicaya (Jauja) y moros y cristianos/ los doce pares de Francia (Lima), compilados por José Carlos Vilcapoma.
2. Los clubes departamentales en Lima (que organizan concursos anuales) también impulsan las danzas.
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