La declaración de esta expresión cultural andina como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad beneficia al turismo; pero también genera un gran compromiso de parte del Estado
La decisión de la Unesco de nombrar a la danza de tijeras como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad
es sin duda un motivo de orgullo, pero a la vez una razón de compromiso
de parte del Estado para con manifestaciones culturales como esta.
Ya lo resaltó hoy el ministro de Cultura, Juan Ossio,
al señalar que con tal calificación las danzas peruanas se
universalizan y el turismo se beneficia, pues ahora los extranjeros y
los mismos peruanos querrán saber más de esta danza ancestral.
EL ORIGEN
Según algunos especialistas, la danza de tijeras tiene su antecedente en el movimiento indígena del siglo XVI denominado Taki Onkoy o “la rebelión de las huacas”, teniendo como líder al indio Juan Chocne.
La creencia señala que las huacas tomaban posesión de los indígenas
para hacerles cantar, bailar y tocar música como manifestación de la
necesidad de rechazar la imposición de un Dios intelectual y restaurar
las tradiciones prehispánicas.
Pero una muestra de la simbiosis con el mundo occidental se
manifiesta a través del arpa y el violín, lo que vemos hasta nuestros
días y es parte de nuestra herencia colonial.
LA COMPETENCIA DE DANZAS
Muchos hemos visto además los enfrentamientos entre dos danzantes o ‘danzaqs’ que buscan superarse el uno al otro en cuanto a los pasos que realizan. Esta competencia se denomina “atipanakuy” o “hapinakuy”.
Cada uno de los danzaqs llevan dos láminas de acero independientes,
que cogidas a manera de una tijera son manejadas al ritmo de la melodía
interpretada por los músicos.
Ellos están ataviados con una colorida y ornamental vestimenta que
en total podría pesar 15 kilos, según señala “Es mi Perú”. Cabe resaltar
además que los ágiles danzaqs reciben no solo una formación física,
sino también espiritual.
GRAN SITIAL
El trabajo para dar a conocer esta expresión cultural andina lo inició el escritor peruano José María Arguedas, quien hace referencias a esta danza en obras como Yawar Fiesta (1941), Los ríos profundos (1958), La agonía de Rasu-Ñiti» (1962) y en su novela póstuma El zorro de arriba y el zorro de abajo (1971). Podríamos decir que sus esfuerzos dieron fruto.
Ahora la tarea es otra, impulsar la valoración y el reconocimiento
de más manifestaciones culturales peruanas y darles el lugar que
merecen.
El titular de Cultura, Juan Ossio, es consciente de la fuerte labor:
“Esperemos que en los años venideros otras expresiones de la cultura
del Perú alcancen un sitial semejante (...) Esto me estimula más para
lograr un ballet folclórico nacional, incorporemos estas danzas y pueda
ser una especie de embajada para que salgan al extranjero y dé a conocer
la riqueza nacional”.
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