Si bien los fenómenos de la naturaleza no se pueden predecir,
sí se pueden prevenir sus efectos tomando medidas anticipadas para
reducir los daños que emergencias como la producida en Ayacucho, que ha
sumido a esa castigada región en la desolación en vísperas de Navidad.
La situación climática sigue siendo incierta y lo que se vislumbran
son más desgracias porque, como señala Senamhi, las lluvias continuarán
y afectarían también Junín, Pasco y Huánuco, departamentos que tampoco
están preparados para soportar los deslizamientos y aluviones que ya se
anuncian. No olvidemos que Cusco y Áncash aparecen como las ciudades con
mayor riesgo, que destacan en el mapa de las 133 localidades
reconocidas como zonas peligrosas. Y que las lluvias en esta época del
año han comenzado a causar alarma en Lambayeque, Piura, San Martín y
Puno.
Ante esto, no podemos dejar de insistir en la falta de planificación
de las autoridades nacionales, regionales y locales, incapaces de
prevenir este tipo de desgracias, a pesar de todas las tragedias vividas
en el Perú, y por ello mismo carentes de todo sentimiento de humanidad
hacia comunidades que finalmente no representan ni protegen en lo más
mínimo.
Sin duda, después del estallido de la crisis se exige una reacción
rápida y en cadena a favor de Ayacucho. El departamento ha sido
declarado en emergencia, pero recordemos que lo mismo sucedió con Ica y
demás zonas afectadas por el terremoto del 2007 que hoy siguen en
crisis, ¡dos años después!
Por eso, corresponde pasar de las palabras bonitas y las visitas
guiadas de los ministros de Estado y otras autoridades a los hechos, a
la acción de socorro de las víctimas, para evitar que haya más
fallecidos y heridos que lamentar. Esperemos que se administren bien los
montos que se desembolsarán para reforzar el cauce natural de las aguas
del cerro La Picota, por donde descendieron las piedras y el lodo que
inundaron Ayacucho.
Tareas inmediatas son la restitución de los servicios de agua
potable y alcantarillado en la ciudad, pero sobre todo la puesta en
marcha de un sistema de drenaje de lluvias que, de manera increíble,
nunca fue reforzado.
Otro tema pendiente y antiguo radica en la dejadez
que existe en materia de reubicación de poblados localizados en zonas de
aluviones o deslizamientos. Se trata de un problema que denota
irresponsabilidad ciudadana, pero también falta de orientación de la
autoridad. Se repite a lo largo y ancho de todo el país pero que los
presidentes regionales y alcaldes parecen minimizar siempre, como si la
geografía nacional no ofreciera suficientes riesgos.
El día en que los gobiernos regional y municipal pongan orden en la
ocupación de zonas peligrosas o cuando decidan atacar la deforestación
en lechos y cauces de los ríos, habremos reducido los efectos de los
fenómenos ambientales.
En cuanto a Ayacucho, hay que reconocer como país que después del
sangriento terrorismo que arrebató la vida y la tranquilidad a muchas
familias, un conglomerado importante de personas que precisamente huyó
de la violencia sigue excluido, viviendo en cerros porque no ha podido
sanear una vivienda donde tener una existencia aceptable.
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